Rothenburg ob der Tauber, un pueblo de cartón piedra


Rothenburg ob der Tauber (Rothenburg a secas a partir de ahora) es un pequeño pueblo bávaro, cercano a Würzburg, que con apenas diez mil habitantes, es el ejemplo más claro de lo que uno puede imaginar como pueblo del medievo alemán perfectamente conservado...


La navidad de 2015, aprovechando que era la primera que pasaba en Alemania hice una de esas excursiones que son obligatorias en estas fechas en Alemania



Rothenburg recibe al menos tres millones de turistas al año, la gran mayoría concentrados en la época navideña, en que tiene un mercado famosísimo en la región. Así que, aunque en verano tengas más posibilidades de poder pasearte en camiseta por él, la Navidad le da un añadido aún más mediaval al lugar.



Casa típica de Rothenburg


Nada más llegar nos recibió una explanada para autobuses que probablemente tenía el tamaño del casco antiguo, así que no se me ocurrió otra cosa que pensar que como todos los autobuses que había allí aparcados estuviesen llenos de turistas, el pueblo iba a estar como el metro en hora punta.








Me recibió una muralla magníficamente conservada que daba entrada a la calle principal, donde ya se podía ver mucho movimiento e infinidad de tiendas de souvenirs y comida alemana. ¡Cuando vi los precios casi se me para el corazón!



Íbamos con guía, una señora muy maja que nos contó que el pueblo sobrevivió en un puñado de ocasiones a la destrucción, desde un alcalde que salvó la ciudad bebiendo de un trago casi cuatro litros de vino hasta un hijo de un antiguo turista de la ciudad que salvó de un bombardeo el precioso casco histórico al final de la segunda guerra mundial.



La plaza central, en época navideña, es lo más parecido a entrar en una postal que cualquiera puede vivir, con un sinfín de puestos de salchichas y cerveza alemana, una iglesia del siglo XV, una fuente magnífica que en invierno permanece tapiada para evitar la congelación y un horizonte de pequeñas casas mediavales y un puñado de señores con el traje típico bávarao.


Además de escuchar un poco de la historia de la ciudad,me escapé a un museo que durante el tour inicial me llamó la atención.


¡El museo de la Guerra de los treinta años de Rothenburg!




Aunque pequeño, apenas dos plantas de un edificio reconvertido, es totalmente recomendable. Uno se hace rápidamente a la idea de las muchas miserias que debían soportar los habitantes de aquel tiempo, y al bajar a las mazmorras, hay un surtido de instrumentos de tortura que pone los pelos de punta. 



Fuera de la muralla, hay un pequeño parque y un mirador que aloja unas vistas increíbles de la ciudad, y que personalmente, me pareció de lo más disfrutable de la excursión, al menos allí, la masificación no era asfixiante. 




¡Más frío que alicatando un iglú!




Si en Rothenburg viven 10.000 alemanes, yo me encontré con menos de cien. En su casco histórico había un alemán por cada cien japoneses, y eso siendo optimista, por momentos parecía estar en una maqueta de un pueblo alemán a las afueras de Kioto.



Tanto turista (yo también lo era, por supuesto) hace que pierda el encanto, pero el estado de conservación es increíble y pocos lugares más alemanes he podido visitar en todo este tiempo.



Al final, me fui del pueblo desfilando por el pasillo que recorre la muralla desde arriba, y eso realmente estuvo guay, dio perspectiva de la ciudad, me permitió hacerme una pequeña idea de como debía ser vivir en un sitio tan pequeño y bien ubicado de cara a posibles invasiones...

horacio almenara

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